Finalizamos el curso con un Proyecto, cuanto menos, motivador para los niños: “Érase una vez… Los Cuentos”.
Pero parémonos a pensar un momento a qué se debe esta motivación, por qué parece que el cuento tuviera un imán cuando se le presenta al niño en cualquiera de sus variedades. Cuando lo escucha de boca de sus padres o maestras, cuando lo ve representado con títeres o en un teatro, cuando y lo ve y lo escucha en las páginas de un libro… de cualquiera de las maneras se queda absorto por la historia que entraña.
De todos es sabido que los cuentos satisfacen y enriquecen la vida interna de los niños, ya que conectan a la perfección con sus características psicológicas y emocionales.
El cuento estimula su imaginación y fantasía…
Favorece el desarrollo de su intelecto, de su lenguaje y pensamiento, de su creatividad, ofreciendo diversidad de soluciones a diferentes conflictos, planteando modelos de lenguaje correcto, llevándole a lugares y espacios fantásticos…
El cuento es un entramado de emociones y sentimientos reflejados en sus personajes, con los que el niño tiende a identificarse y le ayudan a entender y clarificar sus propias contradicciones internas: los buenos sentimientos y deseos en el hada buena, los impulsos negativos en la bruja, los miedos en el lobo…
Es ese momento en el que el niño siente la seguridad de que lo que le depara el futuro termina con un final feliz…
Pero, sobre todo, y por encima de todo lo mencionado, el cuento se creó no para ser leído, sino para ser contado. Y este, sin duda, es el aspecto que lo hace tan motivador.
Cuando un niño escucha de boca de sus padres, o maestros, esas palabras mágicas ya en su forma: “Érase una vez…”, no hace falta nada más que mirarle a los ojos para saber que el imán del cuento ya ha funcionado, y tenemos ante nosotros un corazón ávido por palpitar con cada emoción y sentimiento que la historia le vaya contando, hasta llegar al momento de “… y colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.